COFRADÍAS
Y SIMBOLISMO: EL COLOR
Muy
pocas son las cosas que la Iglesia deja a la improvisación en sus actos
litúrgicos o paralitúrgicos. Siguiendo su ejemplo con fidelidad, también los
cofrades consideramos esencial el estudiado cuidado de los detalles que rodean
los actos de culto. Uno de esos detalles, en absoluto secundario, es el uso del
color.
Existen
cuatro colores litúrgicos principales: Verde, blanco, rojo y morado. Son
también colores aceptados por la liturgia, aunque más infrecuentes, negro, rosa,
azul y dorado. Cada uno de ellos tiene su día y su simbología específica.
El
verde se usa en la liturgia para el tiempo ordinario. Es el color que
habitualmente sintetiza la virtud de la Esperanza, y así lo vemos en el manto
de la Reina morena de San Ándrés, y como una constante, en todo su guión, y
hasta en las corbatas de su magnífica banda. Verde es también la bambalina de
la esperada Esperanza del Valle, de la hermandad de la Cena, y verdes serán los
capirotes de su tramo de nazarenos. Además, el verde se identifica con el
renacer y la juventud, y por eso se asocia al apóstol Juan. Es también el color
habitual en cofradías de la Vera Cruz, simbolizando el árbol de la vida.
El
blanco se utiliza en la Iglesia para el tiempo pascual y navideño, así como para
las fiestas de santos no martirizados. Como color eucarístico se emplea el
Jueves Santo, y también en misas de sufragio por fallecimientos infantiles.
El
blanco es el color comúnmente asociado a la paz, y por eso en la Virgen de la
Paz y Esperanza predomina sobre cualquier otro color. Pero sobre todo, en la
Iglesia, es símbolo de pureza. De limpieza. De santidad. Ya en el Apocalipsis
(7, 2-4. 9-24) se cita este color para los ciento cuarenta y cuatro mil santos,
indicando que visten así porque han lavado y blanqueado sus vestiduras en la
sangre del Cordero. Es por ello que es frecuente encontrar túnicas blancas para
imágenes del Señor, tanto en escenas de tribunal como nazarenos, representando
esa pureza y santidad, hasta el punto que resultaría prolijo citar ejemplos. No
obstante, en las túnicas de Cristo, el
color blanco alcanza un sentido especial en las representaciones de Jesús
situadas cronológicamente entre su presentación a Herodes y su coronación de
espinas. Adquiere aquí un sentido de burla, representando las mofas y ofensas
recibidas por nuestro Salvador, ya que,
como indica el evangelista Lucas (23:11)
« Entonces Herodes con sus
soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y
volvió a enviarle a Pilato». El blanco
era el color usado para significar a los locos, y Herodes buscaba la burla y el escarnio de
Jesús tratándolo como tal. En la traslación realizada por San Jerónimo en su
célebre Biblia Vulgata aparece más claro:
«… et illusit indutum veste alba, et
remisit ad Pilatum.». Por ello lo característico de las representaciones de
esta escena es que Jesús suele vestir con ricas túnicas de este color. Así lo
vemos en el sevillano misterio de San Juan de la Palma y en su homónimo
cordobés del Cerro.
Cada
madrugada, la bellísima catequesis del paso de palio de la hermandad de la
Buena Muerte recuerda al observador que el rojo es por excelencia el color de los
mártires. Por eso se usa en la liturgia para las fiestas dedicadas a ellos,
además del Domingo de Ramos, Viernes Santo, Pentecostés, Exaltación de la Santa
Cruz, fiestas del Espíritu Santo (por ello, también en ceremonias de
confirmación) y fiestas de apóstoles. Es el color que representa el Amor de
Dios por sus hijos, como roja era su sangre derramada por nuestra salvación.
Por ello las cofradías de carácter sacramental suelen usar cera de este color
en sus tramos de Cristo, aunque el color eucarístico es el blanco. Amor es
caridad, y por ello el rojo simboliza también esta virtud teologal en la
mayoría del orbe católico. De ahí el color de las túnicas de la hermandad del
Buen Suceso, por la advocación de la hermosísima dolorosa. De ahí, también, el
color predominante en la Real Hermandad del Señor de la Caridad.
El
morado, en la liturgia, es el color penitencial por excelencia, hasta el punto
de que es el usado precisamente al administrar el sacramento de la
reconciliación o penitencia. Se usa en Adviento y en Cuaresma, además de en las
exequias y responsos, en los que sustituyó al negro en su sentido fúnebre, y es
un color íntimamente asociado a la semana santa y al movimiento cofrade,
usándose con profusión en hábitos, túnicas, estandartes, palios, mantos y
multitud de enseres.
Respecto
a las túnicas de Cristo, existe la constancia evangélica de que, en la coronación
de espinas, vistieron al Señor con una túnica púrpura (Juan 19,2 «Los soldados trenzaron una corona de
espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura»).
Pero el púrpura, que frecuentemente se interpreta como rojo, en sentido
estricto, es morado. Un morado de amplio espectro que puede ir desde el rojo
subido, el corinto o el vino tinto (burdeos) al violeta. En la Iglesia Católica
tendemos a identificar el color púrpura con el rojo debido al color
característico de los cardenales (purpurados), y nos referimos a ellos como
revestidos de púrpura, aludiendo a su dignidad más que al color. Es por ello que al colocarle a nuestros
eccehomos una clámide roja buscamos una identificación plena con el momento
representado, pero ésta sería igualmente válida y quizás más exacta si lo
hiciéramos con una morada.
Por
su carácter simbólico alusivo a la Pasión, el morado puede utilizarse en la
túnica de casi cualquier imagen, pero muestra toda su fuerza cuando se asocia a representaciones
que situamos en los momentos citados. En el lapso de tiempo que medió entre la
coronación de espinas y los instantes previos a la crucifixión. Es por
ello el color característico de las
imágenes de Jesús Nazareno cargando con la Cruz.
El
azul no era, en su origen, un color litúrgico, por lo que no aparece en el
misal romano, llegando incluso a prohibirse en su día por la Congregación de Ritos. Se empleaba para
simbolizar la Inmaculada Concepción de la Virgen María. No obstante la Iglesia
española, por su defensa del dogma inmaculista, obtuvo el privilegio de su uso
para dicha festividad, privilegio que se extendió posteriormente a
Hispanoamérica y a la totalidad de la orden franciscana. Es por tanto un color eminentemente
mariano, y relacionado con la purísima concepción. También se usa el azul para
simbolizar la eternidad, la Piedad (y por eso, el Martes Santo se contagia de
ese color todo el cortejo salesiano), y en el caso particular de Sevilla por
una razón tradicional, la virtud de la Caridad.
El
rosa es también infrecuente, aunque es un color litúrgico. Se utiliza solo dos
veces al año. Los domingos de Gaudete (tercero de Adviento) y Laetare (cuarto
de Cuaresma). Simboliza alegría, por lo que no es infrecuente encontrarlo en
sayas marianas, especialmente en advocaciones gloriosas, como la de María
Auxiliadora.
El
negro es la ausencia de color. Fue en tiempos el color litúrgico relacionado
con el luto y el duelo. Por su sensación de vacío, aparentemente opuesta con el
concepto de resurrección, está hoy en día desplazado de la liturgia ordinaria
por el morado, si bien no puede hablarse con exactitud de color no litúrgico. Su
uso es facultativo para exequias y misas de difuntos. No está, por tanto
prohibido, aunque sí poco aconsejado. El movimiento cofrade es hoy un refugio
del negro en la liturgia, pues lo empleamos en banderas, insignias, palios y
túnicas, destacando el carácter fúnebre del cortejo.
De
forma excepcional, la liturgia permite también el uso del dorado en sustitución
del blanco para solemnizar grandes fiestas no luctuosas. Así, no es infrecuente
encontrar el dorado en celebraciones de la resurrección, como símbolo de
triunfo. Dorados son por ello, en ocasiones, si bien más frecuentemente de talla
que de tela, los sudarios de algunos resucitados y las túnicas de numerosas
imágenes del Corazón de Jesús. La originaria túnica persa que Juan Manuel
Rodríguez Ojeda bordó para el Gran Poder tenía como soporte el tisú dorado, si
bien al año siguiente a su estreno la cofradía decidió pasarla al terciopelo
color corinto con que hoy la conocemos.
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