Ese domingo de Ramos, una tarde soleada con calor y esperanza; una esperanza, de pasear por las estrechas y coloridas calles de Córdoba a ese Señor, en el que muchas personas depositan el sentimiento más profundo, y un año más, el arco rozado por el alto olivo, se vé conmovido por esas muchachas situadas justo enfrente de él, con lágrimas en sus mejillas; lágrimas de amor, lágrimas de felicidad. Y con un firme paso alante, comienza una estación de penitencia única e irremplazable; seguida de un hermosa melodía, que alegra a las personas situadas en esa calle, que sin manos aplaude y, sin ojos llora. Mi dolorosa bajo palio nos muestra su rostro entre una nube de incieso. Y ahora, honrar el trabajo de los hermanos costaleros, que llevan el peso de sentir, que todos esperan de ellos lo mejor; el mejor paseo a esas imágenes, que más tarde serán rociadas por dulces pétalos de rosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario