Me
viene a la memoria una fría y lluviosa mañana de un Jueves Santo. El viejo
refrán popular, aquél que hablaba de los tres jueves del año que relucían más
que el sol, ese no se había cumplido. Eran los primeros años de los setenta si
la memoria no me falla. Junto con mi padre entre en esta Iglesia. El
renacentista paso del Señor de la Caridad, León de Judá crucificado, con su
característico calvario de clavel rojo flotante, se encontraba junto al
pórtico. Un ir y venir de gentes le daban al plúmbeo día un colorido de tonos
grises oscuros y apagados. Obviamente, la procesión de seguir la lluvia sería
suspendida, como así fue. Mi padre se encontró casualmente con un viejo amigo,
Emilio Villarreal, hermano activo de la Hermandad del Santo Sepulcro, a la que
hoy me encuentro muy vinculado. Este señor,
le comentó que la Hermandad del Huerto estaba en trámite de
reorganizarse. Nos acercamos a la capilla donde se encontraban las imágenes
titulares de la hermandad. Me cautivó la mirada de Jesús en el Huerto. Elevada
al cielo me llamó poderosamente la atención. Se encontraba la imagen vestida
con una túnica morada, sin potencias, austera, pero aún así desde ese momento
soñé con ver a ese Cristo por las calles de Córdoba. También me conmovió la
desnudez frágil y masacrada del Señor Amarrado a la Columna, iconografía hasta
entonces desconocida para mí.
SALVADOR GIMÉNEZ MOLINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario