VERDE
HUERTO…
¡Feliz
Domingo de Ramos! Mi padre me pidió un artículo acerca de mi Domingo, considero
que podría ser mucho más rico una vez pasado el día, aunque me gusta poder
reflexionar estando a escasas horas de colocarme la mantilla y, tirando de un buen
puñado de horquillas, entrar por la puerta pequeña que da al patio de la
Sacristía de San Francisco. En ese momento, todo habrá comenzado.
Quisiera
tratar dos cuestiones que considero imprescindibles, la primera es mi
Hermandad, bendito seno en el que me criaron, qué válida me he sentido allí
este fin de semana. Lo mismo cortaba “verde” que llevaba a la iglesia las cajas
para las túnicas, siempre con el paseo correspondiente a la mesa donde estaban
mis niñas aguardando con mimo las estampitas y demás cosas de la Cofradía.
Sonreía
cuando al llegar mi lugar favorito en el mundo vi a seis personas preparando el
sofrito del arroz, y dije: “¿qué hacéis aquí? Venga para adentro a echar una
mano”, la respuesta fue una sorpresa, había tanta gente ayudando al montaje de
los pasos que por una vez, después de algunos años, teníamos un sábado previo a
nuestro Domingo aparentemente sosegado. Y así es, qué alegría al ver que
estaban los de siempre, y además que estos compartían trabajo con los más
recientes. Mi grupo joven lo mismo sirve ‘pa un roto que pa un descosío’ y con
esto quiero decir que no solamente elevan el banderín bordado a lo más alto o
pasean las varas en las representaciones, sino que el trabajo que no se ve,
también lo realizan, y por supuesto, la sonrisa que no les falte, como yo bien
los llamo… “mis soletes”.
Sonreía
cuando intentando atravesar la hilera de motos y la correspondiente de coches
que se había implantado en los patios de mi San Francisco veía llegar cada vez
más gente. Personas que formaban familias entre ellas, o bien, amigos de otras
hermandades que se están afiliando a la juventud de los patios, por ello,
guardo un cariño especial a la hermandad de la Misericordia, pues algunos de
sus integrantes nos han demostrado que un miércoles no es incompatible con un
domingo, y siendo así, ellos nos acompañan en nuestros días señalados, por lo
que a ninguno les faltará mi agua, mis chuches y mi sonrisa en su Miércoles por
antonomasia.
El
segundo aspecto que quería destacar es mi regreso como parte del cortejo de mi
hermandad. Hace algunos años que no formaba parte directa del mismo y aunque lo
sentía como si nunca lo hubiese dejado, había un poco de reproche en mí. Me
dolía decir que no salía ante la pregunta “¿en qué sector vas?”, y recordaba con
regusto el primer año que salí de nazarena en mi Señor y viendo a una niña que
pasaba con creces el metro cincuenta, pero que era eso, una niña, no dudaron en
preguntarme si quería llevar la bocina aquel año… Mirando al suelo, con mis
pensamientos oscilando entre el querer y el poder, dije que podría probar, muy
dispuestos me colocaron la bocina en el hombro izquierdo y acto seguido este se
vino abajo, definitivamente, era una niña, no pude. Pensé todo el camino en si
aquello me supondría un castigo divino, hasta que entendí que sería un punto de
luz en aquel cortejo, como una estrella en una constelación, que de manera
individual no forma nada, pero en conjunto conforma mucho. Así fue.
Ojalá
y la ilusión que tengo hoy por procesionar tras Él sea constante cada año,
porque no hay vista más bella que llevarte ante mí.
Sin
más dilación, procedo a enfundarme en mí vestido, el moño ya resuelto,
maquillaje discreto, los zapatos preparados, y mi abuela, con sus manos cálidas
y arrugadas por el devenir del tiempo sujetando la peineta, a su lado, la
mantilla, en mis manos, el rosario. Esta tarde Oraré en el Paraíso, llámese
Huerto de los Olivos, mientras sigo el andar de un Amarrado que protege su
Bendita Madre Candelaria.
María
Giraldo Cecilia
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