Los pusiste en mi camino, Madre Santa.
Gracias.
Estaba el otro día disfrutando
de una mañana cofrade con dos hombres muy especiales en mi vida, mi hermano,
Kiko, un ángel venido anunciando mi llegada, que me tendrá entre pañales por
siempre y la persona con la que firmaría aquí y ahora un mañana, mi Javier.
En lugar de estar estudiando,
cosa que debería haber hecho porque los exámenes están a la vuelta de la
esquina, Kiko no paraba de decir: “María, ¡niña!, mira esto”, a la par que mi
compañero de sueños me daba codazos para que mirase la televisión. Cuando alcé
la vista confirmé mis temores, tenían puesto el DVD de Palios de Sevilla –y
digo temores porque ya no pude seguir con el estudio-.
Yo, que poco o nada entiendo de
la Semana Santa, aún menos de la sevillana, me di cuenta de que llevaba casi
quince minutos silbando –o al menos intentándolo- las marchas que iban sonando.
¿Marchas de palio yo que soy de Cristo? ¡Qué paradoja! La Madre de Dios, la que
yo siento mi madre, la que da vida, me da también conocimiento.
Será que nunca sabemos hasta
dónde podemos llegar hasta que no lo intentamos, y si no llegas hoy, mañana
llegamos, pero vamos, intentadlo.
Suele ser ya característica
propia de mis escritos comenzar hablando de una cosa e ir divagando hasta
llegar a otra, y es que siempre comienzo con una vaga idea de lo que quiero
contar, y pocos minutos después veo que el contador de palabras de mi Word va
subiendo como la espuma, será que soy un loro, como bien me repetía mi padre.
Hoy, mi artículo quiero que
esté protagonizado por alguien. Sí, un protagonista, una persona que lleve las
riendas de esta historia, alguien con nombre pero sin renombre, alguien para el
que la humildad sea un estilo de vida.
Todos conocemos a alguien que
esté en una mala situación, a alguien que haya superado una enfermedad o que
lidie con ella cada día, a alguien que haya afrontado una pérdida, a alguien
que tenga que decirle a sus hijos “toma, el bocadillo mágico, pan con pan”
–como dice el anuncio-, a alguien que tenga el corazón hecho pedazos y aun así
sonría detrás de cada llamada, a alguien que se siente pequeñito, que tan solo
con romper un vaso de agua cree que toda su vida ha quebrado. Así es, por
desgracia todos conocemos a alguien desafortunado.
Mi héroe de esta semana es
ciego. Que sí, que tengo un héroe, que es ciego y que no tiene renombre. Pero
me conformo con que, tras leer este artículo, sea al menos el modelo a seguir
de alguien más, aunque sea una sola persona. Me basta. Antonio Ares se llama mi
héroe.
Costalero de Sevilla, ciego y
que ha dejado una impronta en mí difícil de superar y es que, como él bien dice
en su entrevista: “debajo de un paso, todos somos iguales”.
El Santísimo que se sacrificó
por nosotros y su Bendita Madre nos hacen iguales, el equilibrio está debajo de
un paso, entre trabajaderas, bajo un canasto o una candelería, bajo una talla
que logra que las calles, sin manos, aplaudan su llegada, su paso y su ida.
Y es así, como cierro este
artículo, presentando a mi héroe y a las dos personas que compartieron conmigo
esas imágenes.
Gracias a mi hermano, que
dedicó su tiempo en enseñarme tan bonita historia y gracias a mi mitad, por
rodearme con su brazo en todo momento. Gracias a ambos por confesarme que os
emocionó este vídeo y hacerme sentir así que los fuertes también lloran.
Hoy, va por ustedes. ¡Al cielo!
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