‘Y EL QUE NO SEPA REZAR EN LA IGLESIA, QUE APRENDA A REZAR EN LA CALLE’
Sólo Dios sabe cuántos han aprendido a rezar en la calle. Sólo María conoce cuántas miradas de fe, cuántos propósitos de conversión sincera han arrancado sus lágrimas de los corazones pecadores. Cuantos deseos de amor y seguimiento arranca la contemplación de los misterios de la Pasión de Cristo.
Esto justifica muchos de nuestros esfuerzos, y al mismo tiempo, supone una gran responsabilidad, que se ha de encarar con temor y temblor, pues un día se ha de rendir cuentas al Señor por los talentos humanos que ha puesto en nuestras manos.
Mi abuelo Juan fue enterrado un Domingo de Ramos muy temprano; él fue el héroe de la infancia de casi todos sus nietos. Mi primo Juan Antonio Susín era costalero en la primera salida procesional de la Sagrada Cena, con diecisiete o dieciocho años, y los ahorros que tenía los ofreció en un sencillo ramo de flores rojas que quedó a los pies de la Esperanza del Valle como signo de plegaria y aceptación de la voluntad del Padre. Pronto empezaron a florecer, pues aquella primera salida sobre una sencilla mesa forrada y con la mitad de los enseres prestados, mereció la pena, sirvió para algo. Este pregonero era seminarista destinado en la Trinidad y se vinculó a la hermandad, su anterior parroquia en santa Eufemia es deudora de su generosidad, ya ha predicado el triduo de la Esperanza del Valle. ¿Cómo continúa la historia?
En años sucesivos, junto a su padre y sus hermanos, mi primo se convirtió en uno de los incondicionales costaleros, su madre es camarera de la Rosa de Poniente, mi hermana ha sido nazarena hasta que ha podido. El año pasado la hija de aquel costalero y también tú, mi sobrino, recién bautizados, ingresasteis en la Hermandad y salisteis con pocos meses en vuestra primera estación de penitencia.
¡Qué enorme responsabilidad ser hermano mayor! Regir el presente y futuro de lo más querido y sagrado para familias enteras ¡Qué enorme responsabilidad la de los miembros de las juntas de gobierno!, que a menudo sufren por pequeñas cosas y no se dan cuenta del tesoro de almas que Dios les ha confiado. Mientras otros jóvenes pierden la poca fe que se les ha inculcado, aquel costalero novato, de aquella hermandad novata que salía del cocherón de la calle González López, elevó su mirada al Señor de la Fe, y aquel pobre ramo de claveles rojos sigue fresco y retoña cada Domingo de Ramos y cada Jueves de Fe como recordatorio del abuelo que nunca olvidaremos, como promesa de firmeza ante la adversidad, de fe en la resurrección. ¡He aquí la mayor riqueza de una hermandad! Saber ser vínculo con la Iglesia y vehículo de la expresión de fe de los jóvenes que empiezan a despegar en la vida, que desean conocer y dar culto al Dios del Amor. Este es el mayor problema y debe ocupar nuestro tiempo y hemos de ser dignos ante la responsabilidad que el Señor ha puesto en nuestras manos:
TALENTOS HUMANOS QUE DAN FRUTOS GENEROSOS DE VIDA ENTREGADA AL SEGUIMIENTO DE CRISTO.
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