18/04/2011 HERMANDAD DEL HUERTO
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Cuando en la tarde del Domingo de Ramos las tinieblas comienzan a enseñorearse sobre la ciudad, los corazones de cuantos ponemos nuestras dudas y pesares en manos del Señor del Huerto, de quienes acudimos al Señor Amarrado a la Columna para soportar con resignación y entereza los rigores de la vida, o miramos hacia la luz redentora de María Santísima de la Candelaria, comienzan a latir de forma acelerada: la estación de penitencia está a punto de iniciar.
Una marea de verde oliva y blanco inmaculado, portadora de cirios penitenciales para alumbrar el camino y gargantas resecas por la emoción y el nerviosismo se dispone a comparecer, un año más, ante la Córdoba inmemorial, esa que cada primavera se transforma en intemporal Huerto de los Olivos para recibir a ese Cristo de dulce mirada que, atenazado por la duda y el miedo, propios de la misma condición humana, pide al Padre que le evite el cáliz que está a punto de apurar.
Cuando al cabo se abre el cancel del templo, el compás del antiguo cenobio franciscano recibe al incipiente cortejo compitiendo con él en una increíble sinfonía de colores y olores, donde se mezclan los hábitos nazarenos con los verdes intensos y brillantes, perlados por pequeños enjambres de estrellas blancas de los naranjos, mientras que una bocanada del más puro y límpido azahar se funde con el aroma a lejanas tierras que nos trae el incienso, transformado en barroca oración, proclamando a los cuatro vientos que Cristo es el Salvador y que sólo se llega a El a través de su divina Madre.
En ese preciso instante, este rincón de la vieja del viejo barrio cordobés de la Axerquía se transmuta en la mismísima Gloria Celestial.
DIARIO CÓRDOBA
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