18/04/2011 MIGUEL RIVETS FERNANDEZ
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Intentar contar en breves palabras un sentimiento que viene de lo más profundo de nuestro corazón se me antoja harto complicado. Si hay sentimientos que evocan todo lo que es nuestra estación de penitencia uno sería sin lugar a dudas el del sacrificio. El sacrificio del nazareno, soledad, silencio. El del costalero, rezando bajos las trabajaderas y dejándose el alma para llevar a nuestros titulares. El otro sentimiento es el testimonio de fe que damos, con todas nuestras imperfecciones, defectos y nuestras pequeñas virtudes en Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre, buscando la conversión que nos llevará a vivir con total plenitud el gozo de la Resurrección de Cristo.
Intentamos como penitentes ser claridad y luz caminando junto a nuestros titulares, igual que como cristianos intentamos ser luz en este mundo. Cuando nos enfundamos nuestros hábitos nos descarnamos, nos despojamos de nosotros mismos, de todas nuestras faltas, de todas nuestras limitaciones, para revestirnos con nuestra túnica de nazareno, la misma de Cristo, llenarnos de su humildad, entrega generosa y sentir lo que sintió nuestro Señor que herido, flagelado y humillado sacó fuerzas de flaqueza para llevar la cruz al Calvario.
Esa cruz es la misma que llevamos por las calles de Córdoba el Domingo de Ramos buscando el final de nuestra estación de penitencia y adelantando en nuestros corazones la resurrección de Cristo. No debo olvidar la reflexión con la que comencé esta breve reseña: la del sacrificio para recordar a todos que ese día tan mágico que acompañamos a nuestros titulares siempre intentamos llenar las calles de Esperanza.
DIARIO CÓRDOBA
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Intentar contar en breves palabras un sentimiento que viene de lo más profundo de nuestro corazón se me antoja harto complicado. Si hay sentimientos que evocan todo lo que es nuestra estación de penitencia uno sería sin lugar a dudas el del sacrificio. El sacrificio del nazareno, soledad, silencio. El del costalero, rezando bajos las trabajaderas y dejándose el alma para llevar a nuestros titulares. El otro sentimiento es el testimonio de fe que damos, con todas nuestras imperfecciones, defectos y nuestras pequeñas virtudes en Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre, buscando la conversión que nos llevará a vivir con total plenitud el gozo de la Resurrección de Cristo.
Intentamos como penitentes ser claridad y luz caminando junto a nuestros titulares, igual que como cristianos intentamos ser luz en este mundo. Cuando nos enfundamos nuestros hábitos nos descarnamos, nos despojamos de nosotros mismos, de todas nuestras faltas, de todas nuestras limitaciones, para revestirnos con nuestra túnica de nazareno, la misma de Cristo, llenarnos de su humildad, entrega generosa y sentir lo que sintió nuestro Señor que herido, flagelado y humillado sacó fuerzas de flaqueza para llevar la cruz al Calvario.
Esa cruz es la misma que llevamos por las calles de Córdoba el Domingo de Ramos buscando el final de nuestra estación de penitencia y adelantando en nuestros corazones la resurrección de Cristo. No debo olvidar la reflexión con la que comencé esta breve reseña: la del sacrificio para recordar a todos que ese día tan mágico que acompañamos a nuestros titulares siempre intentamos llenar las calles de Esperanza.
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