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lunes, mayo 07, 2012

FRAGMENTO PREGÓN DE SEMANA SANTA DE CÓRDOBA 2012 A CARGO DE D. ENRIQUE LEÓN PASTOR

Getsemaní
La habitación de la hospedería Rizzi, en la calle del Cabildo Viejo, cercana a las escalinatas de la Cuesta Lujan, le ofreció el ansiado descanso. Abrió la bolsa de viaje, sacó las distintas mudas de ropa que su mujer le había doblado primorosamente en Sevilla y colgó, en el postigo de la ventana, una vieja túnica morada de holandilla. Su abuelo, justo antes de su abortado traslado a Cuba, hizo prometerle que la conservaría hasta que un día pudiera vestirla junto a Nuestro Padre Jesús Caído. Abrió el catre, rezó la Salve y calló en un profundo sueño que le llevó de forma ininterrumpida hasta la mañana del lunes.
El hostal se encontraba en pleno centro comercial de la ciudad, y aunque todavía estaba regentado por su fundador, Juan Bautista Petit, era su yerno, Juan Rizzi, quién comenzaba a tomar la dirección de la fonda con mejor reputación de Córdoba. En ella aún se recordaba la estancia del afamado Alejandro Dumas y su hijo, durante el viaje que realizaron desde Paris a Cádiz en 1846.
Tras despertarse con las primeras luces del Lunes Santo Álvaro se acicaló en una pequeña palangana de loza que le recordó el otro motivo que le había llevado a Córdoba: los negocios. Su destino era la Fábrica de Cristal del nº 19 de la calle Librerías. Quería ofrecerles las nuevas colecciones de loza Pickman, con la que comerciaba. Al entrar en el establecimiento, pudo comprobar que contenía productos de toda clase y condición, casi un pequeño zoco en miniatura.

Fue allí donde conoció al que sería su cicerone por la ciudad: D. Nicolás Raigón, quien estaba despachando con D. José de la Cruz y Luque la compra de unas pequeñas jarras plateadas para el exorno floral de Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto. La disputa entre tendero y cliente se centraba en el precio final del lote. Mientras el Sr. Cruz indicaba que no podía ajustar más el importe de los cuatro jarrones, D. Nicolás invocaba su intachable condición de buen cristiano, recordándole el destino final de las piezas. En ese momento, Álvaro echó mano a su bolsillo, sacó un par de monedas y dejó el asunto resuelto entre cliente y tendero. D. Nicolás dio las gracias a su desconocido benefactor y D. José se sintió aliviado al terminar la transacción con algo de beneficio para su comercio; pensando que no había peores clientes que los cofrades a la hora de realizar encargos para sus hermandades: Siempre llegaban a última hora, con prisas, pagando por debajo del precio y cuando Dios quería…

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