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martes, mayo 29, 2012

FRAGMENTO PREGÓN DE SEMANA SANTA DE CÓRDOBA 2011 D. LUIS MIRANDA GARCÍA


III. Rosario de manos

De tanto encomendarnos a San Rafael, a quien Dios dejó de guarda de esta ciudad en los airosos monumentos de sus triunfos, acaso podamos subirnos con Él a sus alturas. No a aquellas celestiales que no se nos abrirán hasta que no se cumplan los días en la tierra, sino a los pedestales olímpicos de sus columnas que llegan al cielo después de alimentarse de todas las raíces de Córdoba: el fuste que los romanos tomaron de los griegos y de los que aprendimos los valores y el pensamiento; el arcángel que protege en su camino a los israelitas, permanentes peregrinos hacia el reino que Dios promete, y cuya devoción y memoria recogieron los árabes, que aseguran que por su intercesión Dios nos pone a las personas más importantes de nuestro camino; el San Rafael católico que venció a las iconoclastias y sin renunciar a nada de todo lo heredado se introdujo en sus calles y en sus hogares y se alzó, airoso y servicial, en sus plazas, para que los cordobeses supieran que bajo la sombra de sus alas encontrarían la medicina divina que todo lo cura.
Subidos al pedestal barroco que vigila el río que le da sangre y el templo que bombea toda la vida por sus calles, escucharemos lo que San Rafael nos cuente del pasado y del presente. A la altura de sus imágenes de piedra veremos Córdoba como si fuésemos pájaros y sobre ella trazaremos una cruz, la misma que resume aquello en lo que creemos y cuenta por qué la semana que ya nos toca en las puertas del alma se llama Santa. Y así, con sus puntos cardinales tendremos los dos brazos en los que Jesús extendió los suyos y sabremos que en el lado oriental, en la calle que se llamó del Sol porque la ciudad antigua amanecía por allí, nos llegará la Semana Santa, con el mismo Crucifijo que soñamos que vino con San Fernando para hacer esta ciudad otra vez cristiana.
Si algún año nos hubiésemos dejado llevar demasiado por la fuerza de la costumbre y nos preguntáramos qué buscamos en el barrio de Santiago el Domingo de Ramos, de inmediato lo sabríamos cuando viéramos otra vez levantarse al Cristo de las Penas entre un rosario de manos que aplauden, y a lo mejor por esta vez no está de sobra; de manos que quieren acariciar su cruz porque saben, como aquellas mujeres del Evangelio, que con sólo rozar sus vestiduras estarán curadas de lo que les aflige; de manos que llevan las yemas de los dedos a su paso y después se santiguan, estremecidas; de manos con pudor de besar la madera oscura que sabe de tantas confidencias; de manos que toman otras manos como para transmitirse, sin que nada se pierda, tanto amor como va y viene del Señor.
Y entonces nos preguntaremos si es verdad que otra vez, que otras veces, vimos venir el paso por la calle estrecha, con los brazos de la cruz besando la cal de las paredes, si escuchamos por primera vez la música que parece salir de nuestra alma porque en ella vive desde que éramos niños, si de verdad son nuevas las lágrimas de la Virgen que mira al cielo, si nos suena en realidad la fragancia morada de los lirios. Nos preguntaremos si lo vivimos otra vez o si acaso es la misma de todos los años, porque es Domingo de Ramos y, más que trajes o zapatos que no entienden de lo que pasa dentro, vamos estrenando un corazón que quiere saberlo todo, beberse hasta el final la Semana Santa. Por eso acabamos de empezarla y tememos que se nos escape y queremos verlo venir otra vez, y no nos resignamos a perderlo cuando avanza buscando la Corredera, y en secreto y sin palabras le contamos al Cristo de las Penas todas las cosas que en nuestra vida han cambiado de un Domingo de Ramos a otro. 
De verdad entonces estaremos en Semana Santa, la fiesta que amamos, aquella con la que marcamos el paso de nuestra vida, aquella que además de en las calles, sucede en el interior de nuestro pecho, allí donde lo exterior llama con suaves nudillos para que las ventanas de secretas estancias se puedan abrir dejando entrar toda la luz. Corremos presos de la impaciencia por la ciudad, sorteando las bullas, aliviando las esperas, pensando en vano que cuanto antes disfrutemos a las cofradías en las calles más nos durarán en la tarde eterna. 

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