San
Valentín
Muchos
son los que celebran este día, pero cuántos se detienen a preguntarse por su
historia, por su leyenda, por el motivo de la festividad, o simplemente por qué
es amor.
San
Valentín era un sacerdote que ejercía en Roma durante el imperio de Claudio II.
Este emperador prohibió el matrimonio para los jóvenes, a lo que San Valentín
respondió haciendo casamientos a escondidas.
Es
por esto que lo conocemos como el patrón del amor, esta historia está ligada a
los jóvenes de manera directa.
Paseaba
el viernes por la plaza de las Tendillas y solamente veía ramos de flores,
peluches y besos. Parejas que se querían ese día más que el resto, y con la
necedad con la que los miraba, agachaba la mirada y pensaba en Él.
Me
gustaría pensar que todas aquellas parejas que vi, celebraban un nuevo día como
una nueva oportunidad de estar juntos y no por el día de San Valentín en sí. A
riesgo de críticas por aquello de “claro, como tú no tienes”, confieso que
cuando tuve tampoco lo celebré.
Pero
ese viernes, aun sin pareja, aun sin besos tangibles, aun sin declaraciones y
sin puestas en práctica de amor, yo me confieso enamorada. Porque el amor no se
limita a un cónyuge, amo a mi familia, a mis amigos, a toda aquella persona que
invierte un minuto de su vida en hacerme feliz.
Por
ello, este artículo va para ellos, estoy enamorada de vosotros, de vuestras
alegrías, de vuestra forma de vivir, de vuestra impronta en mí.
Además
de agradeceros quisiera pedir perdón. Perdón porque hay una fuerza mayor que me
hace creer en el amor, perdón porque ninguno encabeza la lista de mi cariño,
perdón porque mi último pensamiento del día y porque mi primera sonrisa en la
mañana van para Él. Para el amor de mi vida, para el que no se desanima, para
el que no lastima, para el que representa la mano compañera, amiga.
Eres
tú, Padre, tú que oras en tu huerto por todos los afligidos. Eres tú, como no
podría ser ningún otro. Eres tú el destinatario de cada ‘buenas noches’.
Quien
no conoce la Fe, el amor a Dios, aquello de “se puede querer lo que no ves”,
pobre de él, pobre porque su vida nunca estará completa, pobre porque siempre
tendrá un vacío. Pobre sin la riqueza que otorga el amor a un Dios. Pobre de
aquel que aun mirando nada ve, pobre de aquel que aun amando nada siente.
Hoy
vengo a confesar que estoy enamorada.
Enamorada
de todo aquel que manifiesta su fe, su creencia. Enamorada del que respeta mis
pensamientos. Enamorada de la vida cristiana, de los días cofrades, de la
convivencia en mi hermandad. Enamorada de ti, Dios Padre, de tu Santa Madre, y
del paraíso terrenal que me otorgan tus fieles en cada levantá. Enamorada del
racheo de un costalero, de una esclavina con el lazo medio desecho al acabar su
peculiar estación de penitencia, del olor a carbón de un incensario inexperto,
de la formación marcada antes de entrar en Carrera Oficial y, sobre todo, de
aquel hermano que asiste a cada Triduo, Quinario, Besamanos, etc. Así como pasa
por la puerta de su Iglesia y no se puede resistir a verlos. Enamorada.
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