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domingo, febrero 23, 2014

LA OPINIÓN DE MARÍA GIRALDO

San Valentín
Muchos son los que celebran este día, pero cuántos se detienen a preguntarse por su historia, por su leyenda, por el motivo de la festividad, o simplemente por qué es amor.

San Valentín era un sacerdote que ejercía en Roma durante el imperio de Claudio II. Este emperador prohibió el matrimonio para los jóvenes, a lo que San Valentín respondió haciendo casamientos a escondidas.

Es por esto que lo conocemos como el patrón del amor, esta historia está ligada a los jóvenes de manera directa.

Paseaba el viernes por la plaza de las Tendillas y solamente veía ramos de flores, peluches y besos. Parejas que se querían ese día más que el resto, y con la necedad con la que los miraba, agachaba la mirada y pensaba en Él. 

Me gustaría pensar que todas aquellas parejas que vi, celebraban un nuevo día como una nueva oportunidad de estar juntos y no por el día de San Valentín en sí. A riesgo de críticas por aquello de “claro, como tú no tienes”, confieso que cuando tuve tampoco lo celebré.

Pero ese viernes, aun sin pareja, aun sin besos tangibles, aun sin declaraciones y sin puestas en práctica de amor, yo me confieso enamorada. Porque el amor no se limita a un cónyuge, amo a mi familia, a mis amigos, a toda aquella persona que invierte un minuto de su vida en hacerme feliz.

Por ello, este artículo va para ellos, estoy enamorada de vosotros, de vuestras alegrías, de vuestra forma de vivir, de vuestra impronta en mí.

Además de agradeceros quisiera pedir perdón. Perdón porque hay una fuerza mayor que me hace creer en el amor, perdón porque ninguno encabeza la lista de mi cariño, perdón porque mi último pensamiento del día y porque mi primera sonrisa en la mañana van para Él. Para el amor de mi vida, para el que no se desanima, para el que no lastima, para el que representa la mano compañera, amiga.

Eres tú, Padre, tú que oras en tu huerto por todos los afligidos. Eres tú, como no podría ser ningún otro. Eres tú el destinatario de cada ‘buenas noches’.

Quien no conoce la Fe, el amor a Dios, aquello de “se puede querer lo que no ves”, pobre de él, pobre porque su vida nunca estará completa, pobre porque siempre tendrá un vacío. Pobre sin la riqueza que otorga el amor a un Dios. Pobre de aquel que aun mirando nada ve, pobre de aquel que aun amando nada siente.
Hoy vengo a confesar que estoy enamorada.


Enamorada de todo aquel que manifiesta su fe, su creencia. Enamorada del que respeta mis pensamientos. Enamorada de la vida cristiana, de los días cofrades, de la convivencia en mi hermandad. Enamorada de ti, Dios Padre, de tu Santa Madre, y del paraíso terrenal que me otorgan tus fieles en cada levantá. Enamorada del racheo de un costalero, de una esclavina con el lazo medio desecho al acabar su peculiar estación de penitencia, del olor a carbón de un incensario inexperto, de la formación marcada antes de entrar en Carrera Oficial y, sobre todo, de aquel hermano que asiste a cada Triduo, Quinario, Besamanos, etc. Así como pasa por la puerta de su Iglesia y no se puede resistir a verlos. Enamorada. 

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