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domingo, junio 27, 2010

DESAGRAVIO TRAS EL SACRILEGIO


Esos sevillanos de rodillas ante el Gran Poder se personaban en la acusación particular que otros no quisieron ejercer

Día 26/06/2010 - 08.14h
Antes de que ayer a las 8 de la mañana se abrieran las puertas del templo del Gran Poder, llegaba hasta más allá del monumento de Juan de Mesa la cola que se había formado en San Lorenzo para besar las manos de Dios hecho Hombre y hecho Sevilla. Esa cola no era precisamente para protestar contra un atentado al patrimonio artístico, contra los daños perpetrados a una escultura del siglo XVII de mucho mérito. Esa cola era algo más que la fría imputación laicista al funcionario de Prisiones loquito o algo peor. Los daños a una obra de arte no hacen que la Sevilla del No Passsa Nada se vuelque como protesta. Si es por atentados contra obras de arte, aquí, sin ir más lejos, han desnaturalizado el palacio de San Telmo y no por eso la gente se ha puesto a las 8 de la mañana a hacer cola en el Foso para expresar su indignación en algo tan sevillano como un desagravio. ¡Qué nos gusta un desagravio! Y qué nos gusta un silencio cobardón sobre las causas del desagravio.
Quiero decir con todo esto, por si no se me entiende y no quieren acudir al Centro de Interpretación de Recuadros, que me extraña tanto silencio de los que deberían haber hablado ante la verdad tristísima del ataque al Gran Poder, sacrilegio contra un magno símbolo religioso del cristianismo según Sevilla, en el caldo de cultivo de laicismo y agnosticismo que tienen a gala en nombre de la libertad religiosa: le llaman «libertad» a la persecución y prohibición de lo cristiano y a la exaltación de lo mahometano, vamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre.
Muchos que tenían que haber hablado no lo han hecho. Me quedo, empero, con el silencio de los devotos del Gran Poder ayer en la cola para besar sus Divinas Manos, las que todo lo puede y todo lo consiguen, las que nos protegen. Para mí que esas colas, esos besos, esas lágrimas, esos sevillanos de rodillas ante el Gran Poder se personaban en la acusación particular que otros no quisieron ejercer con la coartada del perdón, los que aceptaron que consideren al Dios de la Ciudad sólo como una escultura. Alguien tenía que haberlo dicho y Sevilla, anónima y colectivamente, a su forma, lo dijo con esas colas, con esos besos, con esas lagrimas, con esos silencios. Hablo de unos artículos del Código Penal que nadie ha querido recordar, y que les hubiera faltado tiempo aplicar si un loco hubiese asaltado una mezquita. Me refiero al artículo 523 del Código Penal: «El que con violencia, amenaza, tumulto o vías de hecho, impidiere, interrumpiere o perturbare los actos, funciones, ceremonias o manifestaciones de las confesiones religiosas inscritas en el correspondiente registro público del Ministerio de Justicia e Interior, será castigado con la pena de prisión de seis meses a seis años, si el hecho se ha cometido en lugar destinado al culto, y con la de multa de cuatro a diez meses si se realiza en cualquier otro lugar.» Y hablo del artículo 524 del Código Penal:«El que en templo, lugar destinado al culto o en ceremonias religiosas ejecutare actos de profanación en ofensa de los sentimientos religiosos legalmente tutelados será castigado con la pena de prisión de seis meses a un año o multa de 12 a 24 meses.» Los sevillanos no estaban ayer en San Lorenzo porque se hubieran producido daños en una escultura. Desagraviaban al Señor de Sevilla tras una sacrílega profanación. Quede claro al menos por parte de un antiguo niño que el Gran Poder, no una escultura, salvó cuando se lo llevaba la epidemia de meningitis de 1950.

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