Hola a
los cofrades de bien, espero y deseo que os encontréis bien ustedes y vuestras
familias. Ilustrándome en mis momentos de asueto, te encuentras en las redes
sociales, con textos, imágenes o videos que te muestran la grandeza de los
humanos y a la misma vez la bajeza de unos cuántos.
Así de
esta manera, he descubierto a grandes cofrades, y cuando digo grandes lo digo con
mayúsculas, GRANDES. Y hoy mi artículo no va por ninguno en especial, bueno un
poco sí. Les pongo en situación, me viene a mi memoria el recuerdo de un cofrade
ya con una experiencia entrando en una taberna, saludando educadamente a los
allí presentes y solicitando al tabernero un medio de vino.
Allí,
apoyado en la barra blanca de mármol, se quita sus gafas para con sus manos
darse un pequeño masaje en su cara. Se le nota algo cansado. Sus arrugas
empiezan a ser ostensibles por el paso de los años y por las marcas que la vida
deja en su cara por los ratos buenos y los menos buenos.
De fondo
el murmullo de los asistentes en esa taberna, música de fondo, como no podía
ser de otra manera y suena esa marcha procesional que tanto te gusta a ti. Si
esa que a ti te gusta tanto, esa que, a ti, te lleva a ese momento inolvidable
en el tiempo. A la misma vez la humareda de incienso impregna la ropa de los comensales.
Ese olor que es especial para cada uno de nosotros.
El
tabernero, le pregunta a nuestro amigo, como se encuentra él y su familia. Y
tomando su medio de vino, contesta que todos bien, asentando con la cabeza y
posteriormente dándole su primer sorbo a esa copa de vino de color dorado. A la
misma vez, por educación, nuestro contertulio realiza la misma pregunta al
tabernero. Y así, comienza una conversación de los más normal entre dos
personas de bien. Temas por comentar los hay, pero como no podía ser de otra
manera el tema no es otro que los avatares de la vida.
Así
entre comentario y comentario, y paradas para beber de la copa, se acaba la primera.
Nuestro contertulio se pide otra y de camino para acompañarlo un montadito de esa
tortilla de patatas que tan buen aspecto tiene y que parece recién salida de la
sartén. Toma su copa para beber de nuevo y lo mira como si dentro de él hubiese
un universo por descubrir. El montadito ya está para ser tomado, con ese pan
recién calentado y la tortilla expirando su último aliento de vida.
La
conversación prosigue y a la misma vez llega a su último trago la copa y el
montadito, desaparece del plato como por arte de magia, para terminar esa
conversación, donde algún tema cofrade entro de lleno en el dialogo de nuestros
dos amigos. Este homenaje para este amigo que deja su manera de ser y de como
hacer las cosas en una hermandad, sin buscar nuestro amigo, ninguna exaltación hacia
su persona, solo por el bien de su hermandad y de sus hermanos.
Se
despide, nuestro amigo cofrade de su compañero tabernero de debate, hasta otra
noche después de trabajar incansablemente en su hermandad y por su hermandad. De
camino hacia su casa, en una noche estrellada en el cielo cordobés, donde la
luna intenta radiar tanto como el sol, su cabeza no deja de pensar
posibilidades para mejorar cada día su hermandad tanto cuantitativamente como
cualitativamente. Lo que da de sí una conversación con un medio de vino.
Sean
felices y extrapólenlo, no se lo guarden solo para ustedes. Sigan teniendo
cuidado ahí fuera que el bicho sigue entre nosotros. Desde aquí quiero dar mis
condolencias a un Hermano Mayor de una hermandad de Córdoba. También a los que
por culpa del bicho u otro motivo siguen aumentando la lista de fallecidos en
este último año.
Pachi Giraldo
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