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lunes, marzo 22, 2010

BROCHE DE ORO A LA AGENDA CUARESMAL DE HERMANDADES

Los actos se multiplicaron en el último domingo antes de preparar los pasos.

22/03/2010 FRANCISCO MELLADO 

Si el pregón de Antonio Guillaume, pronunciado el pasado sábado en el Gran Teatro, abría las puertas a la inminente llegada de la Semana Santa, el día de ayer, Domingo de Pasión, numerosas cofradías cerraron el ciclo de cultos cuaresmales, a falta sólo del septenario a Nuestra Señora de los Dolores que continúa hasta el próximo viernes, y de los numerosos actos previstos para el tradicional Viernes de Dolores cordobés.
Los primeros sones cofrades del día de ayer se elevaron desde el Patio de los Naranjos, donde tuvo lugar el certamen de marchas que, organizado por la Agrupación de Hermandades y Cofradías, congregó en el histórico enclave a numeroso público.
Pero sin duda, la gran devoción se vivió en los templos. Numerosos cofrades salieron a las calles para saborear los últimos momentos de la Cuaresma, que en unos días dirá adiós.
En las calles se sentía ya el ambiente previo a la Semana Santa. La temperatura era de auténtica primavera. Eso sí, aún sin el azahar que tímidamente este año comienza a despuntar.
En la Trinidad, el Santo Cristo de la Salud, titular de la cofradía del Vía Crucis, estuvo expuesto en besapiés durante todo el día. El crucificado trinitario lució escoltado por varios hachones con cirios color tiniebla, mientras que circundando la imagen del Cristo se pudo ver unos ramilletes de rosas mezcladas con espinas.
Algo más abajo, en la popular calle de la Feria, aún sin azahar, se advertía un reguero de fieles que iban y venían de la iglesia de San Francisco, donde desde la fachada del Compás se vislumbraba entre una espesa nube de incienso el característico dosel rojo que cobija el besapiés del majestuoso Señor de la Caridad, en un altar exornado con clavel rojo.
En la iglesia de San Pablo, el Cristo de la Expiración recibió igualmente la veneración de los fieles en besapiés. La mudéjar capilla donde recibe culto la imagen estaba escoltada con austeros hachones de luz que llegaban hasta los pies del Santísimo Cristo de la Expiración y a la Virgen del Silencio, también expuesta en besamanos. Muy cerca, lucía Nuestra Señora del Rosario. La guapa dolorosa esperaba ya bajo su severo palio de cajón la tarde del Viernes Santo.
La basílica de San Pedro volvió a acoger el besapiés del Cristo de la Misericordia y el besamanos de la Virgen de las Lágrimas. Ambas imágenes fueron dispuestas en la capilla donde reciben culto habitualmente, engalanada para la ocasión con el clásico malva y oro. En la mesa petitoria se encontraba la cofrade ejemplar, que aún saboreaba el homenaje que las cofradias le rindieron la noche del sábado.
Mientras que en San Pedro quedaba poco para poder contemplar de cerca a las imágenes de la Misericordia, en San Lorenzo cruzaba la inconfundible silueta de Nuestro Padre Jesús del Calvario. El dulce Nazareno iba sobre una parihuela con varios puntos de luz, exornada con clavel rojo. De este modo, la comitiva transitó las pintoresca calles del popular barrio entre los rezos penitenciales del Vía Crucis y un escogido repertorio de música de capilla. El señor de San Lorenzo dejó por las calles Cristo y Montero un regusto a una Semana Santa que se llevaron los tiempos.
Ya con toda la noche sobre el cielo cordobés, en la iglesia de la Compañía la matraca invitaba al rezo del Vía Crucis ante Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro. Concluía así el besapiés, al que había estado expuesta la imagen durante todo el día. Música de capilla, hileras de cirios mortecinos, de nuevo la matraca y, sobre todo, el silencio. Comenzaban las catorce estaciones del Vía Crucis ante una iglesia repleta de fieles que fueron testigos privilegiados de la exquisita ceremonia, con aires de tiempos pretéritos, en la que Cristo solemnemente es desclavado del madero y depositado en el seplucro dorado donde su hermandad lo procesiona cada Viernes Santo.
En el trascurso de este acto se interpretó In Golgotha locum , la nueva pieza musical que el autor José Ramón Rico ha compuesto y dedicado al Señor del Santo Sepulcro.

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