Palmas y jubilo en san lorenzo
29/03/2010 SARAI HERRERA
La mañana del Domingo de Ramos no es una mañana cualquiera. El amanecer se desvela rápido para agudizar los sentidos. La mirada se dirige hacia el cielo y el olfato se esfuerza en captar olores que, aún siendo conocidos, se ofrecen como principales estrenos. Huele a túnica recién planchada y a primer pabilo encendido, pero sobre todo a aire limpio, el que en pocas horas quedará impregnado por el intenso aroma del incienso.
Las palmas ya no son símbolo del martirio, sino de la alegría, de una fe que se renueva. El pórtico de San Lorenzo tampoco es un mero elemento arquitectónico, no es sólo piedra dorada, sino que se convierte en punto de arranque de la ilusión, en ese particular muro en el que los cofrades cordobeses se reencuentran a sí mismos. Es el momento del balance, en el lugar en el que se logra vencer al desasosiego producido por la eterna espera de cada año.
El reloj parece reanuadar su marcha cuando la efigie de Jesús de los Reyes enfila la portada del templo. Mucho ha cambiado su aspecto desde que Martínez Cerrillo lo tallara en 1963. Sin embargo, la dulzura de su mirada permanece intacta. Ya no se muestra solo, sino acompañado de un grupo escultórico, incrementado en el día de ayer por la presencia de una nueva figura, la de una inocente niña, que vuelve sus ojos hacia el Señor y porta una rama de olivo. Y tras el paso de Misterio, la Dolorosa de la Palma, inequívoco indicio del triste desenlace que vendrá.
No hay un Domingo de Ramos igual a otro, qué duda cabe, pero la emoción es idéntica.
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