29/03/2010 SARAI HERRERA
La tarde del Domingo de Ramos se inició al otro lado del río, en la parroquia de Jesús Divino Obrero. Poco antes de que la corporación dispusiera su cruz de guía en la calle, se palpaba ese característico sabor popular que acompaña al cortejo del Amor en su estación de penitencia por nuestra ciudad. En esos momentos los aledaños al templo ya se encontraban repletos de gente. De niños, a los que desde muy pequeños se le inculca la devoción por unos titulares, y de mayores, que recuerdan con emoción la dificultad de los comienzos, en los cincuenta, cuando Fray Albino brindó todo su apoyo para hacer realidad el sueño de fundar una hermandad.
Esta cita, como cada año, era ineludible y todo un barrio esperaba repleto de ilusión. Y no es para menos, ya que es la oportunidad que tiene el Cerro para demostrar, en la calle, su cariño por la cofradía y para devolverle, en forma de plegaria, todo el esfuerzo que hace por él.
El nutrido cortejo blanquinegro ya se encontraba desplegado por Beato Henares y con él, sus tres pasos, sus tres devociones: el señor del Silencio, el crucificado del Amor y la Dolorosa de la Encarnación. Más tarde, emprendería su camino hacia carrera oficial, a través del puente de Miraflores. Inusual estampa que no se repetía desde la Semana Santa del año 2007.
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