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jueves, marzo 24, 2011

CUANDO SE ROBA MÁS QUE DINERO


Los recientes asaltos han llevado a las hermandades a multiplicar las medidas de seguridad en torno a su patrimonio, especialmente por el valor de los destrozos.

23/03/2011 JUAN M. NIZA 
EDICIÓN IMPRESA EN PDF
Página 18 edición papel
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Valga la irreverencia: en cuestión de robos en hermandades, ni Dimas, el buen ladrón, puede calificarse así, más aún después de que, con la crisis, se hayan recrudecido los asaltos sacrílegos a los recintos sagrados y a las instalaciones de cofradías. No es que exista un estado de alarma, ni mucho menos, pero las medidas de seguridad que han tomado las hermandades se han multiplicado los dos últimos años y cualquier cofrade puede darse cuenta de que el ambiente, incluso a nivel interno, es mucho más precavido que en tiempos pasados.
"Es que con todo lo que está pasando...", decía recientemente a Onda Mezquita TV el hermano mayor de Pasión, Félix Pelayo, sin atreverse a terminar la frase y justificando que la verja de la capilla de la hermandad en la iglesia de San Basilio esté ahora cerrada.
Y no le falta motivos a la hermandad de la Pasión si se recuerda el robo de una de las potencias al Señor de la Santa Faz el pasado mes de noviembre, o, unos días antes, el de las joyas en la casa de hermandad de la Virgen del Rocío (en el polígono del Granadal) por valor de unos 3.000 euros. Más allá, puede citarse el tremendo robo, que fue juzgado el pasado año, a Remedio de Animas en el 2007, de cuya hermandad se llevaron las potencias, la corona de espinas y los clavos del Cristo titular, así como piezas doradas con un peso de 7 kilos y 3.600 euros, todo ello sin contar los destrozos. Más recientemente, en agosto del 2009, tampoco tranquiliza el robo de dos esculturas de la iglesia de San Francisco del hospital en Puente Genil. El último episodio fue hace pocos días, cuando los hermanos de La Merced descubrieron violentado el bombín de la cerradura de la puerta de San Antonio de Padua. Los ladrones no se llevaron nada y se trata de un hecho menor, casi anecdótico, pero el susto no se le ha ido aún del cuerpo a algún hermano de la cofradía y el hecho no contribuye a mejorar el ambiente de temor.
Así las cosas, las hermandades consultadas reconocen haber tomado medidas (algunas particularmente costosas), aunque por la discreción obvia que impone la seguridad no se puede dar muchos detalles de ellas y de en qué cajas guardan las joyas (pocas recurren a cajas de seguridad de bancos), qué días antes de la procesión trasladan las joyas o, en general, de qué barreras disponen las hermandades en sus dependencias para desalentar a los cacos.
En todo caso, Joaquín Villegas, responsable comercial para hermandades de Rodolfo Serván Correduría de Seguros, hace un magnífico resumen de las tres clases de medidas que debe tener todo buen sistema de seguridad y que ya han adoptado muchas cofradías. En primer lugar, la instalación de puertas de seguridad (no solo blindadas) y otros elementos en los accesos a dependencias interiores. En segundo término, las hermandades también se han lanzado a contratar servicios de alarma con tecnología GPS o IP, un sistema a prueba de inhibidores de frecuencia, usados para anular antiguas alarmas. Por último, ya hay hermandades (aún pocas, eso sí, apenas media decena) que emplean cámaras de vigilancia.
Sin embargo, y paradójicamente, la mayor protección de las hermandades contra los ladrones viene del conocimiento de su propio patrimonio. Más claro: aunque no es raro encontrar una hermandad media que cuente con un ajuar y patrimonio que supere el millón de euros, otra cosa es lo que el ladrón conseguiría vendiendo las piezas robadas, ya que en España no hay mercado negro para la compra, por ejemplo, de unas potencias de plata chapadas en oro, un material que fundido apenas tiene valor, pues éste radica en el trabajo artesanal que a la vez lo hace único (y a la vez muy conocido en cualquier círculo artístico nacional) y que eleva el coste a una media de 5.000 euros (estas piezas suelen costar entre 3.000 y 7.000 euros). Tampoco sería muy útil para un caco robar, transportar y fundir unos candelabros, ya que, aunque valgan entre 180.000 y 300.000 euros, no le reportarían ganancias para tanto riesgo, o hacerse con un manto (cuyo coste no baja de los 100.000 euros) para luego no poder venderlo. Por eso, explica Villegas, "el 80 o 90% de los robos son de joyas, y no se tocan los objetos artesanales".
Eso sí, aunque las grandes piezas cofrades son casi invendibles como obras de arte y apenas tienen valor por su material, no quita para que los daños sean elevadísimos cuando se asalta el patrimonio de una hermandad, que es la gran pesadilla de los responsables de las cofradías.
Y todo ello sin contar con el gran temor cuando se habla de ladrones en cofradías, que no es el valor material de lo sustraído, sino que, con el asalto, se roba mucho de la esperanza y el esfuerzo de los cofrades.

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