Y en este Cristo vivo caminan nuestras Cofradías desde hace
siglos. Es el Cristo del Cenáculo andante por las avenidas abiertas desde Beato Álvaro, alimentando nuestra fe en las misas de nazarenos; el Cristo entregado a la contemplación en el Colodro al paso de la Merced; el mismo Cristo que nos enseña a rezar en San Francisco y a ser humildes y pacientes en Capuchinos; que nos cura las llagas en la Trinidad o nos muestra su Perdón en el Buen Pastor; que camina día a día a nuestro lado en el peregrinaje de nuestra particular Pasión por nuestros Calvarios personales, y que apoya su rodilla en el suelo para ayudarnos a levantarnos de nuestras Caídas. Cristo sufre y padece, sí, y muere en nuestras sagradas imágenes, pero lo hace mostrándonos que su muerte trágica y horrible es motivo de adoración en su Vida definitiva, un tránsito preciso hacia la meta final de un triunfo que “ni el ojo vio, ni el oído oyó”. Por eso es Buena su Muerte; por eso su cruz en Córdoba es Amor, Piedad, Gracia, Clemencia, Caridad, esencias del inmenso corazón de Dios...
Antonio Javier Guillaume Sepúlveda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario